Investigación - Parte 5

Amor y crisis cartesiana

Como hemos visto, al buscar sobre el amor, especialmente sobre el enamorado, no han sido pocas las veces en que hemos visto reflejados los dos puntos tomados de Varela. Esto es especialmente curioso en Barthes, quien a veces pareciera hablar de cognición en lugar de amor, con solo reemplazar unas palabras.

¿Y que pienso del amor? En resumen no pienso nada. Querría saber lo que és, pero estando dentro lo veo en existencia, no en esencia. Aquello de donde yo quiero conocer -el amor- es la materia misma que uso para hablar -el discurso amoroso-. (Barthes, Roland, Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 1999, pág. 50)

¿Acaso no podría estar hablando Barthes perfectamente de lo que piensa del yo o del mundo? Tras leer lo anterior, no es muy descabellado proponer la relación del enamorado con su persona amada como una analogía del sujeto cognoscente y su mundo. Ya hemos visto, tanto en Barthes como en Castillo, la manera en que podemos ver en el enamorado la sintomatología de una angustia cartesiana, de la forma en que la falta de fundamento del yo o del otro son ocultas tras el velo de la representación. Sin embargo, y recordando el ejemplo de Blankets, vemos que la situación de quien está enamorado es muy diferente de quien ha sufrido un desengaño, como en el caso de Craigh. ¿En realidad el despechado ve la realidad como es, cuando hemos visto que tal idea es en sí otra ilusión? ¿No estaría más bien el despechado en el otro extremo de la angustia cartesiana?

En el capítulo denominado “El mundo atónito”, Barthes nos habla de la figura de la “desrrealidad”, aquel sentimientote ausencia o de disminución de la realidad que puede sentir el enamorado frente al mundo:

Tan pronto el mundo es irreal (lo hablo de una manera diferente) como desreal (lo hablo con dificultad). No es ( se dice) la misma retirada de la realidad. En el primer caso, el rechazo que opongo a la realidad se pronuncia a través de una fantasía: todo mi entorno cambia de valor con relación a una función que es el Imaginario; el enamorado se se prepara entonces del mundo, lo irrealiza porque fantasea, por otra parte, las peripecias o las utopías de su amor; se entrega a la Imagen, en relación con lo cual todo lo “real” lo perturba. En el segundo caso pierdo también lo real, pero ninguna sustitución imaginaria viene a compensar esta pérdida: sentado ante el cartel de Coluche no “sueño” (ni siquiera en el otro); no estoy siquiera ya en lo Imaginario.
(Ibíd., pág. 76)

Barthes también habla de forma similar sobre la imagen del amado y el enamorado:

…Las imágenes de las que estoy excluido me son crueles; pero a veces también (inversión) soy apresado en la imagen. (Ibíd., pág. 19)

…Curiosamente, es en el acto extremo de lo Imaginario amoroso –anonadarse por haber sido expulsado de la imagen o por haberme confundido en ella- que se cumple una caída de este Imaginario: el tiempo breve de una vacilación y pierdo mi estructura de enamorado: es un duelo artificial, sin trabajo; algo así como un no lugar. (Ibíd., pág. 112)

No es difícil ver aquí plasmado un juego de contrarios, un dentro y afuera implícitos en un juego de inclusión y de exclusión, de implicación y de distanciamiento. Si volvemos a Varela, veremos curiosamente plasmados, de forma totalmente detallada, los extremos de la angustia cartesiana: por un lado al enamorado, un yo “irreal”, ilusorio, disfrazado, enmascarado, y por el otro lado al desengañado, un yo “desrreal”, destruido en busca de afirmación ante una falta de fundamento. Lo mismo podría decirse para el otro: en primera instancia, un ser amado que surge como reflejo, indiferenciable del enamorado, para luego convertirse en un ser inalcanzable, un otro arrancado del yo y colocado al otro extremo de un abismo infranqueable.

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