Investigación - Parte 3

Recapitulemos hasta el momento. Varela nos ha dado un piso teórico y una serie de ideas que podemos resumir en dos puntos, que a su vez representan los pilares de todo el trabajo:

a. La ausencia de un yo fundamental y constante.
b. El estado de “angustia cartesiana” producto de esta ausencia, y que nos lleva hacia a los extremos irreconciliables del huevo o de la gallina.

Las ideas ya estaban, ¿pero cómo lograr articularlas dentro un tema narrativo? Fue entonces cuando decidí volver al conflicto de mis personajes, y de esta forma, llegue al que quizás sea el más universal y reconocible de los discursos humanos: el Amor. El reto estaba ahora en lograr vincular las ideas de Varela con tan difícil tema, además de acercarme a él de una manera diferente a las estereotipadas historias de amor contadas una y otra vez en novelas, libros y películas.


Amor y discurso

La siguiente pieza clave en la bibliografía, luego de Varela, fue Fragmentos de un discurso amoroso, escrito por el crítico y semiólogo francés Roland Barthes. En él, Barthes “monta apartes de lecturas insistentes y ocasionales”, como el mismo las denomina (literatura universal, filosofía, psicología, Zen, entre otros) y elementos de su propia experiencia para construir un discurso amoroso. Su interés, aclara, no está en dar definiciones, sino en poner en escena a través de un “retrato estructural”, que simule y afirme al discurso en lugar de describirlo. Esta idea de escena puede verse desde un punto de vista teatral o cinematográfico, imaginándonos un escenario donde dos actores actuan una determinada situación: no nos importan quienes son los actores, cual es el escenario, cual es su ubicación espacial o temporal, de hecho, ni siquiera nos importa la película misma: lo importante es el acto, la puesta en escena, que reconocemos y con la que nos identificamos. De aquí surgue el concepto de “figuras”, retazos de un discurso que, en palabras de Barthes:

No existe jamás sino por arrebatos de lenguaje, que le sobrevienen al capricho de circunstancias ínfimas, aleatorias”. Estas figuras se recortan según pueda reconocerse, en el discurso que fluye, algo que ha sido leído, escuchado, experimentado. La figura está circunscrita (como un signo) y es memorable (como una imagen o un cuento). Una figura se funda si al menos alguien puede decir: ¡Que cierto es! Reconozco esta escena de lenguaje” [ ] Para componer las figuras no se necesita ni más ni menos que esta guía: el sentimiento amoroso. (pág. 13)

Las figuras se reconocen casi como intertextos culturales, formas de conducta, verdaderos ritos de una memoria colectiva, que surgen en el enamorado a partir de las circunstancias ínfimas y aleatorias en las que esta circunscrito. Pero a pesar de que la figura no puede surgir sin el otro, para el enamorado n importa si este otro es real o no; siempre, en el discurso amoroso, el otro es recreado por el yo, tal y como lo expresa Barthes al hablar de la espera:

El ser que espero no es real. Como el seno de la madre para el niño de pecho, “lo cree y lo recree sin cesar a partir de mi capacidad de amor, a partir de la necesidad que tengo de él.
(pág.9)

¿Podría hablarse de un “idealismo” amoroso en el enamorado, que en la necesidad del otro exhibe la misma necesidad de fundamento de la que habla Varela? El tomar las figuras como intermedios entre el yo y el otro, llevan a considerar la relación así entablada como algo arbitrario y subjetivo. Tal y como lo dice Barthes arriba, el sentimiento amoroso es necesario para componer y reconocer las figuras, por lo que nunca habrá dos discursos iguales: todo depende del enamorado, haciendo de la experiencia algo enteramente subjetivo, fuera del alcance de cualquier objetividad. En este punto, bien podríamos ubicar al enamorado en un extremo de la angustia cartesiana, plenamente posicionado en la postura del huevo, donde el amor no sería más que un juego de representaciones del que no podemos (ni deseamos) salir. Juego donde no es solo el ser amado es creado y recercado, sino también, de manera inseparable, el yo del enamorado. ¿Cómo son construidos este otro y este yo? ¿Son creaciones constantes o cambiantes?

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